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Aldana O Quién Dice Que La Palabra...

Entonces apareció Odette, hermosa y muy distinta a su aspecto habitual. La abracé con fuerza y soltó unas lágrimas.

¿Cómo está Aldana? pregunté en medio del abrazo.
Nos apartamos, y sin quitarse las lágrimas de su rostro me miró y no dijo nada. Sólo logré saber de la existencia de aquél director del instituto de arte después de un rato, cuando conversamos con Odette . Básicamente me dijo que Aldana no podía hacer nada por el asedio intoxicante de ese hombre que se las arreglaba personalmente para perjudicarla. En ese momento se me vino a la memoria una imagen de Aldana y yo cuando intenté, entre el desorden de sus libros, tomar uno que llamó mi atención, pero que su mano, pálida y con fuerza, me lo impidió. La miré y entendí que el título y contenido de aquel libro diría demasiado sobre ella. Sólo quedé conforme, y a modo de retribución, con mirar su blanco rostro envuelto por su hermosa y rojiza cabellera.

Un día iba por Américo Vespucio, cerca de Departamental, cuando diviso a lo lejos al director. Iba trotando. Nunca nos habíamos conocido, lo reconocí por un folleto promocional del instituto que había visto alguna vez. Lo seguí con la mirada hasta que empecé a correr hasta su lado, y unos pocos metros antes, saco rápidamente mi navaja Suiza, al parecer me vio, porque comenzó a correr más rápido e intentando sacar una pistola, de esas que salen en la TV y se ponen en el tobillo. Mientras corríamos, él intentó dispararme sin éxito. Tomé impulso y me lancé sobre él propinándole un par de puñaladas que terminaron en su espalda. No tengo la convicción de que esto haya ayudado a Aldana, pero la sensación del momento me dijo que sí.

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